Cuando me encuentro contigo, te miro
sin atreverme a mancharte la cara con mis sueños.
Si supieras cuánto te temo, temblarías de poder
al creerte poseedor de mi fuego interno.
Una afrenta y un guante blanco,
una palabra sin voz y unos ojos cerrados,
una paloma con las alas abiertas, un escenario;
una frente arrugada y un interrogatorio.
Eres una mordaza atada a la nuca
a quien creía que los trapos blancos no se tornan sucios.
Pero blanco y sin nada, también eres futuro;
que te presentas gastando todo cuidado.
En silencio te acomodas y abres tu vientre plegado,
vigilando que tus formas no se alejen de lo pactado:
Liberarse de mordazas, que aprietan las entrañas,
estirar el trapo blanco sin manchas, afilar cuchillos
y grabar con punta certera un sencillo laberinto.
Donde trace el comienzo plantaré una enredadera
que acompañará los pasos que elija
aunque se presenten equivocados.
Siempre se puede volver al principio
para que a través de sus verdes manos
me lleven, de nuevo, al papel en blanco.