Bienvenidos.


Quiero darles la bienvenida a este nuevo lugar que se convertirá en otra ventana abierta a la Esperanza, en un refugio para los perseguidos y en una casa abandonada que, poco a poco, se irá habitando y dejando en cada habitación un perfume diferente, unas risas y, por qué no, alguna que otra lágrima.
Me temo que esta Nueva Casa se plagará de verdades y de susurros, asi que no teman contagiarse y disfruten de esta pequeña enfermedad, de esta pequeña locura.
Mi Bienvenida a los Poetas que un cierto día despertaron tras un embrutecedor letargo, para enfrentarse a la Jungla de las Mentiras y a los rayos de un Sol que casi no deja ver.
No niego la entrada a las Poetisas ni a las Mujeres porque, aquí, ya son Poesía.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

Tabaco y Papel (1937)

El Sol alumbra en el punto mas alto del cielo a una tierra seca de Verano. Un descanso entre balas, insultos y voces entre hombres que parecen tener el mismo acento.

Se trata de un frente de Guerra, de los tantos que había en España hacia 1937. Las trincheras se encontraban una de otra a menos de cien metros y eso sigue siendo una Guerra, aunque no de cuerpo a cuerpo. Desde la posición, si alguno descuida su cabeza mas de la cuenta, ya da cuenta el fusil del enemigo con su disparo seco que suena a lejano.

Da igual si un miliciano republicano o un militar de infantería, cuando se está en una Guerra de posiciones durante meses, el cuerpo se agota y hay horas del día que se tercian poco violentas. Una cosa es que estemos en Guerra y otra muy distinta es que nos quiten la siesta de las tres de la tarde, decía más de uno a un lado y otro de las trincheras.


A voces acordaron, ambos bandos lo siguiente: Unos tenían fácil acceso al tabaco y los otros al papel de fumar. Si son las tres de la tarde, se presenta un respiro pero falta un elemento fundamental en una Guerra, que es el poder fumar entre muerte y muerte, hay que negociar cómo aprovechar ese tiempo libre. Ese día, acordaron encontrarse cuerpo a cuerpo y desarmados en un punto equidistante, entre las trincheras. Unos llevarían tabaco y otros papel de fumar.


Tres hombres por cada bando se van acercando de frente, poco a poco. Dos de cada bando se quedan detrás del que va en medio. Por lo tanto, solo conversará un hombre por cada bando. Se van acercando estos dos hombres de frente, con sus respectivos compañeros a pocos pasos, detrás, por si hay que cubrirlo en algún momento. Se van acercando poco a poco y ya casi pueden reconocer los gestos de su inmediato interlocutor. Se siguen acercando poco a poco, se han reconocido frente a frente. Uno con el papel de fumar en sus manos y otro con una caja llena de tabaco, se quedan uno enfrente del otro y se miran bien las caras, las barbas mal rasuradas, el sudor, la boca entre abierta por el calor y los ojos entornados por el Sol.


Este puto calor no nos deja vivir, eh....Sois el calor y vosotros quienes no nos dejan vivir.

Bueno, enséñame el papel, este es el tabaco....Huele bien. Mira, este papel es bueno, toma.

Si, hacía tiempo que no fumaba como Dios manda...Si, a ciertas horas el cuerpo pide un respiro.

A ver cuando acaba esto, se está alargando más de la cuenta...Pues si, esto de pegar tiros no se me dio bien nunca.

A ver cómo salimos de ésta, hasta luego hombre...Hasta luego y salud, hombre.


Se dan media vuelta y caminan hacia sus compañeros que no quitan ojo de lo que pasa a su espalda. Vuelven a las trincheras, reparten material y fuman tumbados en la primera sombra que han logrado encontrar. El fusil apoyado en el tronco del árbol y el soldado o miliciano fumando despacio, saboreando el momento que puede ser último o primero de otros muchos. El caso es que ese día, dos hombres se dieron la mano, se intercambiaron mercancías y se volvieron a sus respectivas trincheras. A las que les habían mandado para decirles que tenían que odiar a quien tuvieran en frente, que aunque no supieran leer no hacía falta saber porqué eran malos, sólo había que odiarlos porque lo decía el Partido o porque lo decía el Capitán.


Dos hombres, con diferente uniforme, fumaban a no menos de cien metros. Y mientras intentaban divisar al horizonte, quién había sido su interlocutor; se decían para sí: Espero que no sea ese muchacho el que se ponga a tiro porque me ha apretado la mano como aquí no tienen cojones a apretarla; Fuerte y mirando a los ojos. Con el calor que hace y yo clavándome todas las piedras del mundo en el culo...Mierda de Guerra.

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